Durante el invierno de 1941 a 1942, el signo de la Segunda Guerra Mundial cambió. La aplastante ofensiva alemana se había detenido por agotamiento en tan sorprendente avance y un esfuerzo enorme de defensa desesperada de las tropas soviéticas en ciertos puntos estratégicos. El llamado “General Invierno” como se le denomina al invierno ruso, hizo estragos en la poco preparada Wehrmacht para este clima. La ropa escasa y el armamento que no funcionaba con las condiciones de las bajas temperaturas, empezaron a pasar factura a las tropas germanas. Cuando el Ejército Alemán comenzó la retirada, primero cediendo más de 200 kilómetros desde Moscú y luego el desastre de Stalingrado, cuando el pánico empezó a atenazar al alto mando alemán, surge la figura, de nuevo, del que muchos consideran el mejor general de la Segunda Guerra Mundial, Erich Von Manstein. Este militar, que allí donde todo el mundo veía una grave crisis y una situación de riesgo, Manstein sabía ver una oportunidad adelantándose a las intenciones del enemigo. Logró convencer a Hitler para que diera la orden de trasladar todas las fuerzas que se hallaban expuestas en el flanco sur más oriental y arrastrarlas hacia el frente de Kharkov, en el oeste. Es decir, la base de la defensa móvil con inteligencia, cambió terreno por concentración de fuerzas, ya que al retirarse de la gran curva del Don acortó el frente que debían cubrir sus tropas y acercó las fuentes logísticas y pudo por fin desplegar fuerzas importantes en puntos clave.
Fue en el extremo noroccidental de las tropas del río ucraniano de Miús donde se libraron las luchas más intensas pero los alemanes lograron resistir las embestidas. Mientras la infantería sostenía el frente, las unidades blindadas avanzaron por detrás de la misma, se dirigieron hacia el norte y cortaron la logística y las comunicaciones de las tropas soviéticas con su retaguardia. Al norte de la brecha Von Manstein cedió la ciudad de Jarkov lo que le permitió enviar blindados a cortar la logística de las tropas que avanzaban hacia el Dniéper. Este movimiento magistral hizo que fueran los atacantes los que quedaron cercados. Esta forma de combate se logró gracias al rendimiento de las tropas que combatieron y al saber hacer de sus mandos, que hicieron un uso brillante de las divisiones blindadas para tapar brechas, distribuyendo las unidades de combate, dando siempre la impresión de disponer de más fuerzas de las que realmente disponían.
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