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DESPECHO Y CRIMEN

  • Carlos Hernández Franco, Doctor en Criminología
  • 4 mar 2017
  • 2 Min. de lectura

Sabemos que al terminar una relación amorosa se produce un dolor profundo en los sentimientos y emociones. Podemos compararlo al dolor del fallecimiento de un ser querido, ya que, de alguna forma, es una privación de la persona que ya formaba parte de nuestra vida. En esos momentos es cuando la persona que no deseaba terminar la relación pasará por una experiencia dura, a veces penosa que la puede llevar a la desesperación, una alteración extrema del ánimo causada por la rabia, frustración y posiblemente el resentimiento. Éste último puede ser muy peligroso.

Primero deberá superar el duelo que le causa la separación del ser querido. Pero a veces ese duelo se convierte en despecho cuando nace un mal querer producido por un desengaño o una traición. El despecho convierte todo el amor que existía en odio, y puede llevar a la obsesión, la venganza y la desesperación. Cuando esto ocurre, el afectado no quiere ni desea salir de su obsesión y le servirá para mantener presente una falsa relación con el ser amado al igual que odiado y crecerá un sentimiento insano que puede llevar a concebir deseos de venganza.

Ahora bien, no todo despecho suele conducir a actos criminales, para ello es frecuente que el sujeto albergue ya otro tipo de características que pueden conducir a atentar contra la vida de su expareja.

Los crímenes pasionales son bastante comunes y sorprende que sean cometidos frecuentemente por personas maduras, generalmente en un rapto de locura. Pero el desequilibrio psíquico pudo estar presente siempre, manifestándose como una caracteropatía o como una personalidad psicopática, que son formas de carácter que dan lugar a conductas más o menos antisociales, sin que la alteración de la conciencia sea demasiado evidente. Es decir, que el hecho de la ruptura y el desengaño símplemente pueden ser un detonante de una bomba de sentimientos a punto de estallar.

Es frecuente que se encuentren rasgos del carácter que sean indiciarios como el fanatismo, la inestabilidad, la testarudez, la impulsividad... y por último la violencia.

Muchas personas ante el trance de una ruptura o desengaño amoroso suele refugiarse en la bebida o peor aún las drogas. Pues ni qué decir que es una pésima combinación puesto que agrava sus síntomas, volviéndolos irritables y violentos y haciéndolos reaccionar de forma descontrolada. El más nimio roce puede generar una irresistible necesidad de acción, que se dispara de inmediato, sin posibilidad de reflexión, y sin considerar las consecuencias de los actos.

Tenemos pues un comportamiento impulsivo descontrolado semejante a un ataque convulsivo que lleva al sujeto a descerrajar todo un cargador sobre la víctima o a coserla a puñaladas, aún cuando una sola podría causar la muerte. Esto se puede explicar por lo que se denomina sexualidad regresiva perversa que aparece como efecto de un gran vacío existencial. Esto es que dan satisfacción a sus necesidades desesperadas de poseer a la persona perdida.

 
 
 

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