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PERFIL CRIMINOLÓGICO DE UN MAFIOSO

  • Carlos Hernández Franco, Doctor en Criminología
  • 3 dic 2017
  • 2 Min. de lectura

Todos tenemos en la mente la imagen de Al Capone como figura mafiosa por naturaleza, o a la familia Corleone de la mítica saga cinematográfica de "El Padrino". Bien, el mafioso es un fundamentalista emocional, un arquetipo antisocial que reniega de los valores ajenos y que dota a los propios de un pseudo-espíritu honorable, ominipotente, justo y tremendamente necesario.

La búsqueda del equilibrio en la familia está basada en la necesidad de mantener los valores familiares por encima de los sentimentalismos y de los individuos en sí. Es decir que la familia es la institución suprema dirigida por el patriarca. El mafioso no puede enamorarse ni dejarse llevar por las pasiones. Necesita equilibrio, metodismo y rectitud como puntos de referencia estables, eso ayuda a la concentración y consecución en las misiones asignadas.

El mundo mafioso es antropocéntrico, son los hombres quienes toman las decisiones. La mafia exalta los valores masculinos de la virilidad, de la frialdad, de la resistencia al mundo policial, de los soplones y las leyes. Ellos se consideran hombres respetables perseguidos por la corrupción política y en parte conspirativa. Como todo pensamiento radical de tipo fundamentalista, predominan las dicotomías absolutas del pensamiento (conmigo o contra mi) y como en todos ellos, el yo personal resulta coincidente con el nosotros suprapersonal.

El hermetismo que rodea a un miembro de la Cosa Nostra y la valiosa omertá (complicidad del silencio) dificulta llegar al centro de la mente de un mafioso, por lo que no es de extrañar que gran parte de la información se recoge de miembros que provienen de las filas de los arrepentidos. Es decir, aquellos que experimentan un doloroso proceso de conversión y que vienen considerados entre los mafiosos como una estirpe maldita.

Podemos decir que un jefe de la mafia se reconoce en el ejercicio del poder y en la manipulación consciente de los demás. No existe una conciencia moral ni aparece el sentimiento de culpa respecto a las acciones violentas e ilegales. Son totalmente instrumentales. No obstante desean ser hombres de honor como un ser especial, incluso como un Dios en sí mismo, porque está en grado de ejercer el poder de la vida y de la muerte sobre las personas.

Los miembros del clan, ya sean los pistoleros y los matones adscritos a la Cosa Nostra interpretan las órdenes sin rechistar, pero sobre todo sin plantearse el menor complejo ético. Hacen el bien porque combaten al enemigo y porque así lo hicieron sus antepasados. No experimentan ansia o miedo cuando matan. Ignoran los sentimientos de culpa y por lo tanto duermen con normalidad, nunca tienen pesadillas. En cambio, cuando abandonan la organización criminal y se convierten en colaboradores de la justicia, la situación psícológica cambia radicalmente. Porque entra en crisis la propia identidad. Esto es importante porque los mafiosos, como tales, no pueden incluirse científicamente en el ámbito de los enfermos psicopatológicos. Es verdad que la cultura mafiosa proviene de un planteamiento de la realidad distorsionado, pero los mafiosos viven su condición en su idealizada normalidad

 
 
 

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