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CRÍMENES DE GENOCIDIO

  • Carlos Hernández Franco, Doctor en Criminología
  • 19 abr 2019
  • 2 Min. de lectura

Debemos empezar por definir el tema de estudio y, como siempre, esto es problemático. La definición sería: “actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo étnico, nacional, racial o religioso”. Podemos delimitar lo que es genocidio de lo que es asesinato en masa, aunque no por cuántas muertes califican para que un acto sea una cosa o la otra. Podemos señalar que tiene que ser cometido por un estado o gobierno, aunque existen actos privados que también cuentan. Actos de guerra o bien venganza por una ofensa anterior. Personalmente me interesa entender desde el punto de vista psicológico cómo se producen los asesinatos de este tipo, sin entrar en estos debates de orden más legal o político. Nos asomamos a hechos que pueden albergar la existencia del Mal. Poco más que decir que hay pocas obras humanas tan cercanas al Mal como los genocidios y asesinatos en masa. Los límites de la moralidad en la capacidad humana de distinguir entre el bien y el mal.

Muchos son individuos normales, sin extraordinarias variables de comportamiento que destaquen sobre la media, pero cometen actos de Mal extraordinario. Los criminales de este tipo, son destacados por lo que han hecho no por lo que son. Debemos examinarnos a nosotros mismos para entender cómo han sido capaces de cometer tales actos de brutal inhumanidad. Tratar de comprender esto no es darle justificación.

Hemos sido testigos a lo largo de la historia de un gran numero de estos crímenes, el genocidio armenio en 1915, el Holocausto o la limpieza étnica en los Balcanes de los años 90. Lo cierto es que la psicopatía de sus autores vino impregnada de un sentido del deber de cometer esos actos en nombre de sus pueblos, o por un auto convencimiento de tipo mesiánico. El fiscal Hausner, durante el proceso contra Eichmann (criminal del Holocausto) precisó que los arquitectos del genocidio no eran vulgares asesinos, sino abogados, profesores, médicos, banqueros, economistas. El responsable último no era el Gobierno nazi, sino varios siglos de odio institucional y popular a los judíos.

Como ven, sólo hace falta una idea, un absoluto moral o político, para poner en funcionamiento las mentes de la muerte. Puede ser la supremacía económica, biológica o social. O la materialización de una utopía con apariencia de justicia o equidad. O como en otras épocas, la creación de un nuevo orden mundial. El totalitarismo empieza donde acaba el individuo. La banalidad del mal reside en considerar que hay vidas banales, prescindibles. Seguidamente, personas dispuestas o sometidas a una obediencia debida. Todos hemos de recordar que cualquier vida debe ser objeto de respeto y reconocimiento.

 
 
 

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